En la ciudad las calles están llenas de coches parados con personas dentro. Ni muy mayores ni muy jóvenes. Están ahí sentados. Escuchan la radio o simplemente están. Viven ahí. Los coches no pueden utilizarse porque hace tiempo que los grafittis cubren todas las señales de tráfico, haciéndolas ininteligibles. Los signos no sirven. Sólo el instinto y la intuición. Y esos casi han desparecido. No hay contacto físico entre personas.
La proliferación de aparatos eléctricos degeneró en una sensibilización especial de nuestra piel que provoca fuertes descargas al entrar en contacto con la piel de otros. Ni siquiera hay que pedir disculpas en caso de rozar accidentalmente a otro ser humano porque esa situación no se da. Todos lo evitamos. Hace tiempo que la naturaleza como se conocía antes se extinguió. Tampoco sabemos cómo es ahora. Nací aquí y aquí seguiré hasta que me muera. Sólo puedo andar hasta donde acaba la larga avenida que se dirige hacia el norte. Y allí empieza otra exactamente igual que la anterior. Un mono me trae cada día la comida que consumo. Son golosinas de colores extraños. Yo la tomo sin plantearme qué es o quién la manda.
Tengo una maleta en mi coche. En su interior está forrada con césped sintético. Suelo acercar mi cara para sentir el roce de la hierba artificial. Al fijar la vista durante mucho tiempo puedo ver un universo en miniatura de seres violentos como pulgas, que se afanan sin ningún resultado. Viven, trabajan, aman, luchan, matan, dan a luz. Constantemente los veo levantar los brazos implorando a un ser superior y omnipotente que se apiade de ellos. Ese ser superior, ese dios al que dirigen sus súplicas soy yo.
TEXTO & ILUSTRACIÓN SOBRE LA PERVERSIÓN

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